Informe del programa internacional de la ICMC: “El Futuro del Trabajo. Labor después de Laudato Si”
« Si el trabajo es el principal organizador social, el desempleo es el principal des-organizador de la comunidad, ya que constituye la principal amenaza de des-estabilización »
« La guerra ya no será entre los de arriba y los de abajo cuando el 90% de la población mundial está abajo. La guerra que amenaza será por trabajo entre los de abajo »
« Hablar de paz social justa hoy, implica reconocer al desempleo como conflicto principal »
« El salto tecnológico exige una transformación. Reciclar y descarbonizar no es suficiente. Hace falta incorporar el ‘deber de cuidar' »
01.05.2021 | Emilce Cuda
En el Día del Trabajador hablemos en concreto del conflicto principal antes que de principios abstractos. Sin trabajo digno la seguridad estatal y ambiental se ve amenazada de muerte. Esta situación agónica constituye una crisis ecológica sin precedentes, pero hay futuro si nos organizamos para resignificar la noción de capital y trabajo, antes que suspender el desarrollo tecnológico. La vida debe ser puesta en valor. Las personas y el planeta deben contabilizarse.
Los cuatro principios sociales concretos que orientan el discernimiento cristiano para la acción justa son inalcanzables si no se identifica al desempleo estructural como conflicto principal del cual hacerse cargo como primer paso para la transición justa.
La dignidad humana realizada en el trabajo creativo, el acceso universal a los bienes creados y tecnológicos, la solidaridad institucionalizada en sindicatos, gremios y movimientos populares, y la participación política y económica subsidiaria, dependen para su efectividad de reconocer que toda labor creativa es trabajo y, en consecuencia, debe ser justamente remunerada y socialmente protegida -tal y como lo expresan las Recomendaciones 202 y 204 de la OIT. Para esto, no solo hay que optar por los pobres, sino también discernir “con” los pobres -que siempre son trabajadores porque no viven de la renta-, cuál es, en cada situación, la acción socialmente justa que garantice el desarrollo sustentable.
Si el trabajo es el principal organizador social, el desempleo es el principal des-organizador de la comunidad, ya que constituye la principal amenaza de des-estabilización. Por eso, desde la ICMC (International Catholic Migration Commission) , el equipo internacional del programa The Future of Work. Labor after Laudato Si (El futuro del trabajo. Labor después de Laudato Si), a cargo de Pierre Martinott-Lagarde junto a Anna Biondi, Robert Vitillo y representantes de distintos centros internacionales de cinco continentes concluye que “Trabajo es Cuidado” porque: (I) “es la actividad humana más significativa”; (II) “la relación entre capital y trabajo ha sido sobredimensionada”; (III) “la balanza inclinada hacia el capital genera gran desigualdad”. Consideran que enfrentar esa crisis es un desafío urgente que no puede resolverse “incrementando ajustes en el mundo del trabajo sin pensar alternativas radicalmente transformadoras”.
El actual salto tecnológico cualitativo, que elimina estructuralmente horas de trabajo a nivel global, deja fuera del empleo a más de la mitad de la población mundial activa. Sin embargo, el 62% de los desempleados forman parte del sistema productivo pero no son contabilizados: realizan los trabajos “esenciales” pero no son reconocidos como trabajadores y se los llama “informales”. Sin los dispositivos solidarios institucionales -las organizaciones políticas de los trabajadores-, el diálogo social capaz de poner límites éticos a la técnica no es posible, y el paradigma cultural deviene tecnocrático.
La crítica situación social y ambiental, según el informe de la ICMC, acontece en el marco de una falta de sensibilidad cultural para hacerse cargo de la escandalosa diferencia entre trabajadores, es decir, entre trabajadores empleados que gozan de protección social, y trabajadores desempleados sin ninguna garantía. La guerra ya no será entre los de arriba y los de abajo cuando el 90% de la población mundial está abajo. La guerra que amenaza será por trabajo entre los de abajo.
Hablar de paz social justa hoy, implica reconocer al desempleo como conflicto principal. No se trata de revolución sino de transición, y el primer paso es eliminar la desigualdad entre trabajadores, reconociendo toda actividad humana económica, es decir toda “labor”, como trabajo.
La consigna del informe conclusivo de la ICMC es: Trabajo es Cuidado/Cuidado es Trabajo. También lo es para los miles de jóvenes de Economía de Francisco en todo el mundo.
En primer lugar, “Cuidado es trabajo”. Esto se asocia directamente al sector económico de servicios, el cual ocupa a más de la mitad de la población mundial activa, y la mitad de esa mitad no está empleada formalmente. Por eso, la solución a la desigualdad laboral pasa por percibir culturalmente el cuidado como trabajo, reconociéndolo como tal desde el Estado, para equiparar así en protección social a todos los trabajadores y poner fin al conflicto social que esa diferencia genera, amenazando la paz, no sólo local sino también geopolíticamente. La gran diferencia no es solo entre sectores sociales y/o étnicos, sino también entre continentes debido a una división internacional del trabajo desde fines del siglo XIX.
En segundo lugar, “Trabajo es Cuidado”. En este caso, se hace referencia al sentido de la palabra “cuidado” que va más allá de la persona del trabajador. No solo se trata de supervivencia individual y familiar, sino también de seguridad estatal y planetaria porque, como se dijo al comienzo, si el trabajo es el primer organizador social, el desempleo es el principal desorganizador y, por consiguiente, el principal des-estabilizador.
Por eso la urgencia en iniciar procesos de transicion justa que garanticen trabajo digno para todos. Sin trabajo organizado no es posible el diálogo social que permite las negociaciones entre trabajadores y corporaciones tendientes a establecer dentro de los Convenios Colectivos de Trabajo, además de condiciones dignas y decentes para la persona del trabajador y su familia, también regulaciones productivas sobre la reinversión de la renta para garantizar la dignidad del planeta. Siendo realistas, el cuidado de las riquezas depende de los límites éticos que desde el “subsuelo del planeta” se pongan a la técnica. El trabajo, organizado institucionalmente, es cuidado.
La Agenda 2030 de la ONU sobre Desarrollo Sustentable llama a una transformación de magnitud considerable, y determina que el trabajo es el principal agente de transformación para prevenir el caos político. Para eso establece tres herramientas: (I) participación en el diálogo social de todos los sectores productivos, sentados a la mesa como pares, para decidir sobre el modo sustentable de producción, distribución y reinversión de la renta; (II) ley como reconocimiento estatal de los acuerdos; (III) cooperación internacional para el desarrollo de los pueblos.
Según el informe de la ICMC, las cosas buenas que se gestaron en la modernidad industrial, como el derecho laboral y la democracia, deben ser los primeros escalones de la transición justa, pero requieren de organización. Esto resulta imposible cuando la relación entre trabajadores se rompe debido al desempleo y el teletrabajo que impiden unirse para salvarse. La Declaración por el Centenario de la OIT puso al centro a la persona humana.
En el 2019, la Comisión Mundial para El futuro del trabajo, sostiene que no se puede seguir definiendo al trabajo solo como contrato entre empleador y empleado por motivos económicos de compensación financiera. De acuerdo con esto, Laudato Si propone considerar las cuatro dimensiones del trabajo: social, económica, ecológica y espiritual (sanitaria). Para afrontarla se debe resignificar al trabajo como “cualquier actividad que modifique la realidad existente” (LS 125). De eso depende el futuro socioambiental porque hacer la experiencia del trabajo vuelve “cuidadosos” y permite “oír tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49).
Se busca poner en marcha una “auténtica cultura del cuidado” (LS 229), sin embargo, el proceso de transición justa no arranca porque durante casi tres siglos la producción solo se centralizó en la acumulación de la renta y no en el desarrollo de la riqueza para la promoción humana, como señala el informe de la ICMC. El poder impersonal del capital financiero lo penetra todo hasta “tomar el alma” (FT 14), llevando a la especie humana al borde del ecogenocidio (LS 175). Es una crisis cultural -y no económica- la que impide: (I) identificar el conflicto principal que amenaza la seguridad de los Estados; (II) discernir comunitariamente como “desatar nudos” de acuerdo a principios sociales constituidos a partir de la experiencia real de sufrimiento; (III) actuar concretamente por la justicia, en memoria de la injusticia social, al margen de los principios ideales de justicia construidos “balconeando” la vida.
ICMC, de acuerdo con los principios sociales del magisterio católico: (I) identifica como principal conflicto al desempleo estructural; (II) juzga que, si bien se asiste a un cambio de época a causa de la automatización tecnológica, los efectos significativos en las estructuras económicas, políticas y culturales que hasta ahora ordenaron el campo social son consecuencia de una desorganización laboral; (III) sostiene que es necesario cambiar la estructura de gobernanza que hoy ya no representa ni organiza, y que ese debería ser el rol de los líderes populares.
El futuro socioambiental depende de reconocer como trabajo todas las actividades laborales ya existentes para que las personas accedan a los beneficios sociales. Más de la mitad de los trabajadores están desempleados pero ocupados en el sistema económico. Contribuyen al sistema productivo de bienes y de acumulación del capital financiero pero están invisibilizados contablemente en la cadena de valor que conforma el PBI nacional. Las labores no reconocidas remunerativamente tampoco son reconocidas culturalmente, en consecuencia, el presupuesto estatal destinado al cuidado sanitario y educativo de los “desempleados” no es percibido por los “empleados” como inversión social sino como gasto público.
Esta es la forma que asume la esclavitud hoy. En el caso de los alimentos consumidos, el 53% mundial sigue siendo producido familiarmente y no contabilizado como productividad por los países. Eso significa que el 5% de los productores contabiliza para sí el valor que genera el 95% restante. Otro caso significativo es la economía de servicios, que se expandió en los últimos 60 años hasta convertirse en la principal “fuente de energía” del actual crecimiento económico, y está siendo sustituida por inteligencia artificial.
El salto tecnológico exige una transformación. Reciclar y descarbonizar no es suficiente. Hace falta incorporar el “deber de cuidar”. El Manifest for Decent and Sustainable Work, (ICMC/CERAS), presentado e la ONU en mayo de 2018, puede resumirse en estos puntos:
El trabajo no es un commodity; es la condición humana ecológica dignificante de: co-laborar para cuidar y crear.
Las condiciones de vida decente son las que garantizan a las personas realizarse humanamente desplegando su constitución esencial: creativa -con derecho a ser capacitado-; y cuidadora -con derecho a discernir y decidir sobre la producción, distribución y reinversión de los bienes comunes-, en co-laboración comunitaria. Lo contrario es inhumano e indignante.
La labor creativa y cuidadosa es una realidad social -por la vida y con todos-, por eso reconocer al trabajo como co-laboración es justicia social, una tarea amorosa, no comercial, que no busca rédito sino redención.
Lo contrario impacta socio-ambientalmente amenazando la seguridad de los Estados y de la vida en el planeta.
Una transformación urgente en las relaciones económicas de producción destructivas requiere convergencia de valores éticos y técnicos.
Se debe reiniciar el diálogo social como lugar privilegiado para la manifestación humana -como creadora y cuidadora/responsable-, resignificando la categoría de trabajo, más allá de la idea de empleo asalariado, reconociendo cultural y legalmente todas las actividades laborales que se realizan para sostener la vida -que deben serlo todas, no solo las de servicio- como trabajo.
Eso necesita el re-establecimiento del vínculo entre el trabajo y tiempo disponible para las relaciones humanas políticas.
La correlación entre exclusión social y riesgos ambientales obliga a resignificar la justicia como socioambiental, eso resignifica la noción de equilibrio ecológico como: producción sustentable; distribución equitativa de la riqueza; coneccion entre trabajadores; remuneración justa; derechos laborales; nuevos métodos de gerenciamiento; contratos de trabajo dignos; y protección social extendida a los desempleados laborantes.
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